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Y cobró vida.


Eran días duros para muchos, se vivía un momento insólito en las vidas de cada persona. Algunos tenían que salir a trabajar y darlo todo aún poniendo en peligro la su integridad y la de sus familias, otros se quedaban en casa y ponían su granito de arena, el pueblo se había unido a una sola voz para combatir al malvado que venía.

No tenían espadas, no tenían pistolas, era un malvado sigiloso que no llamaba a la puerta, sino que se colaba por las rendijas, que entraba sin avisar en tu vida y sin darte cuenta, te la arrebataba. Pero esto no nos hacía perder la fe, luchaban nuestros mejores héroes, nuestros mejores soldados de batalla, aun sabiendo que no contaban con su armadura ellos salían a la calle a combatir, a derrotar al malo.

Pero no solo ellos combatían, otros muchos ayudaban, había algunos que cada mañana se levantaban y se jugaban la vida para que pudiéramos comer los que estábamos en casa poniendo nuestro granito de arena a nuestra manera, de la manera que nos había mandado. La tarea encomendada a la gran mayoría de personas normales era luchar desde casa, dejar esta cerrada a cal y canto e impedir que este maligno combatiente entrara en ellas, de esta manera, ayudábamos a frenar el progreso del enemigo.

Su cometido no era otro que aniquilar toda vida humana, arrebatar cada signo de vida que encontrara a su paso y esto, si hacíamos bien lo mandado, lo pararíamos. Juntos éramos mas fuertes que lo que nunca siete bombas nucleares serían. Millones y millones de personas que, aun sin conocerse, luchaban a una.

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Y en estas casas, donde el miedo no entraba, donde el cometido se llevaba a raja tabla, ocurrió algo inimaginable.

Este malvado estaba consiguiendo cosas maravillosas, no solo la generosidad depositada por todos aquellos que daban su vida luchando, no solo que fuéramos capaces de latir a un mismo ritmo y llevar un mismo camino, estaba consiguiendo unirnos aún más.

Yo pertenecía a esa inmensa mayoría de personas que luchaban pasivamente desde casa, que se había atrincherado para impedir la expansión de ese sigiloso malvado, yo estaba en casa y en ella, toda mi familia.

Éramos uno. 

Habíamos conseguido cosas que antes no eran posible, sentarnos juntos a la mesa y disfrutar de un almuerzo humilde, charlar hasta las tantas, jugar y reír juntos, disfrutar de cada segundo por insignificante que fuera... La unión hace la fuerza y esta unión era maravillosa, tanto, que la casa en la que estábamos confinados se había convertido en todo aquello que nos propusiéramos de tal modo, que podía ser un gran restaurante, el parque al que solíamos ir por las tardes, una playa preciosa y paradisíaca.

No había nada que se nos escapara, pues nuestras mentes eran más grandes que lo que a otros les hubiera podido parecer una cárcel. Esta casa se convirtió en todo lo que necesitábamos, nos teníamos los unos a los otros, a nuestras mentes y a nuestra maravillosa casa. 

Y de esta forma, la casa cobró vida pues estaba más habitada que nunca.




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